12/3/07

Cena infinita




No es el plato frugal
ni la oración devota
no es la debida y otorgada reverencia
al pan que dios provee
para nutrir el cuerpo de los hombres,
tampoco el deslumbrante
silencio del convento a mediodía.
Cuando el sol ilumina el refectorio
se ven labios sellados y miradas furtivas.
En las almas avaras de pasiones
la impaciencia es tan cierta
como el rastro ondulante
que deja sobre el suelo la serpiente.
Los Dominicos eluden con los ojos
la cena que Leonardo no concluye
(aunque el hombre de fe siempre confíe
en rozar el corazón de un gran secreto
y sentirlo latir bajo su mano)
El Cristo queda sólo sugerido,
han pasado los meses
y el pintor interrumpe su boceto,
cada vez, la renuncia
a una forma mortal de la belleza.
En el ausente trazo del pincel
la línea, el horizonte
que conciben sus manos.

10/3/07

Mona Lisa





El traza esa sonrisa
-su opaca epifanía entreabre las dudas-
los ojos impasibles contienen el tumulto
como el cauce cerrado de los ríos
deriva en la promesa de un agua cristalina.
Su pulso intermitente es temblor de alas rotas
que deshacen la escarcha del pincel, de los dedos.
Con lascivia de ángeles que han rozado la tierra
él cava ese destello, la funde sobre el lienzo
es el humo distante, el abrazo del aire,
apenas insinuada en volutas oscuras.
Su mirada difiere de todas las miradas
desde luego, el deseo, respira si se aplaza.
Ver. Amar. La forma permanente es forma inacabada
y aunque sople con furia el viento en cada grieta,
los lacres del olvido no sellan, todavía.

¿A quién le pertenece, de quién
es un retrato?

Tempestad



Aparezca el oscuro y nuboso cielo batido por el curso contrario de los vientos y envuelto en incesante lluvia que con granizo se confunde, arrastrando de acá para allá infinitas ramas desgajadas y hojas infinitas.
Leonardo Da Vinci, Tratado de la pintura.


Sopla el viento, sacude
la suprema violencia de mares y de tierra
arrasa tras de sí lo que no tuvo
lazo firme de unión al universo.
Si debieras figurar en tus pinturas
la tempestad y el mar, cuando se unen
harás las nubes rotas, precedidas por vientos
y polvaredas finas de arena en la ribera
las hierbas o las hojas, las ramas
y todo lo ligero
arrebatado por el aire, suspendido.
Cuidarás que los árboles se inclinen
hasta ceder sus peso, ya próximos al suelo,
los hombres que se aferran a los troncos
desnudos de sus mantos, el gesto horrorizado.
Altas olas coronadas de salitre
empujando las velas de un navío
con girones de tela que se agitan
en mástiles quebrados, rabiosos remolinos
largas ondas que se hunden
entre piedras verdosas, desiguales y oscuras.
Observarás, sereno, las señales del agua,
la furia que despliega el mundo natural
sobre los hechos del hombre.
Habrá un barco que guarde
la mínima figura de un marino
devorado por sombras
y unos copos de polvo, un haz de espuma
el punto imperceptible: la luz,
su amarga orilla.

9/3/07

Anatomía




Hiende el filo de la hoja en carne helada
tumefacta masa gris que se ha inclinado
al designio paciente de la muerte,
esa obra perfecta que frena y retrograda la materia
ese soplo invertido al que todas las formas se someten.
Hunde y separa la carne ante sus ojos
deslumbrado por brillos, humedades.
La palidez cerosa de las vísceras
la trama rígida de músculos y venas
se derrama sobre el mármol de la mesa
y los humores fluyen, con aroma de peste.
Absoluta quietud, indiferencia
que el cabello y las uñas desafían
con su necia existencia separada.
La precisión del escalpelo aún se inquieta
ante los vientres huecos de las vírgenes
la indignidad del sexo de los viejos
o el páramo del ojo, cuando huye la mirada.
Leonardo toma notas, comprueba, clasifica
dibuja, imita, observa
la solidez del hueso, la perfecta mecánica
del curso de la sangre.
En los confines de la sombra siempre ha visto
mezclada, una porción de luz.
La belleza refracta, sobre un paño clarísimo
su verdad más oscura

Lluvia



La lluvia cae por las celdillas del aire oscurecido
donde la roza el sol, se ilumina
pero bebe unos sorbos de la sombra que enfrenta
traslada a otras moradas sus reflejos
quita luz a la tierra. La tierra se ennegrece
y muestra su substancia más profunda.
Detrás de la lluvia
apenas intuímos fundidos claroscuros
como lo hacen las lágrimas, confunde los paisajes
con sus hilos delgados e inconstantes
todo arrastra, deshace. Persevera
hasta hacer insensible la visión de las cosas.
Borra el antes, impide
predecir lo cercano.

Los vientos que la orientan son azules y densos.

El





El muchacho se baña
en el borde del río;
sus ropas han caído con descuido,
los pliegues en desorden de su traje
tienen al sol un tono púrpura
y algo de oro en los bordes.
Su carne desnuda comparte
la blanda cualidad de una fruta en otoño.
Camina por la orilla
sus brazos son más bellos
cuando extiende las palmas
aventando el reflejo
de unos rayos de luz que lo encandilan.
Sobre el plano cambiante de las aguas
hay un aire pesado que bordea
las líneas de su cuerpo
y es más grueso y más claro
cuando pisa la playa.
Leonardo lo contempla sin ser visto
y el ojo envía al alma
un dictamen secreto
que la memoria guarda hasta el día preciso.

Summa




Los reflejos del fuego colorean el cuarto
los muebles y los muros, el vano de la puerta
las mantas que recubren el cuerpo desvelado,
todo absorbe enseguida un fulgor amarillo.
Leonardo ve
las espaldas que ceden al peso de una carga
los efectos del viento que agitan el cabello
el pie que se adelanta, la mano que se pierde
debajo de los pliegues suntuosos del vestido
los variados sentidos del rictus de los labios
un perfil que la risa contrae
las cejas que se enarcan por el llanto o la ira
las muchas formas en que el agua se desliza
los miembros que se tensan o descansan.
Engarza sus imágenes como cuentas preciosas.
En sueños, corrige cada tono
rectifica las líneas, las esfuma
y concibe detalles más sutiles.
Aprecia las distintas
cualidades del aire, de las nubes
de las motas de polvo suspendidas,
del mar que reverbera, y es plata sobre índigo
intenso azul nocturno.
Allí una barca próxima, rosada
u otra que, lejana, se deshace en lo obscuro.
Leonardo ve.
Cierra los ojos. Aún todo sigue vivo.

8/3/07

Abril en Vinci




Abrir los ojos al mundo
en la esfera lechosa
del cuerpo de una hembra descastada.
Cuando sus contornos no alcanzan siquiera
los límites del valle
la paz o el desconcierto
de las aguas del Arno
que escapan hacia el sur, buscando el mar.

Aún la tierra es plana.

Abrir los ojos
y que el suelo y el cielo
te formulen preguntas
a través de las especies y las formas.
Descubrir
las imágenes maestras inquiriendo.
Sin otra voz que el llanto todavía,
recibir la señal
que tendrás, hasta el fin,
sobre la frente.